El alfajor, esa deliciosa combinación de masa, dulce de leche y cobertura de chocolate o merengue, ha dejado de ser solo un postre regional para convertirse en un icono gastronómico mundial.

Su origen se remonta a la época colonial, cuando los colonizadores españoles introdujeron la receta en Sudamérica y la adaptaron con ingredientes locales. Cada país le dio su toque: en Argentina el dulce de leche es la estrella, en Uruguay se le añade mazapán, mientras que en México se prefiere la cobertura de chocolate oscuro. Esta diversidad de sabores explica por qué el alfajor aparece en listas internacionales como “las mejores galletitas del mundo”.

El éxito se debe a su versatilidad. Se puede comer en cualquier momento: desayuno, merienda o postre. Además, su textura crujiente y su relleno cremoso generan una experiencia sensorial única. Los chefs contemporáneos no se limitan a la receta tradicional; experimentan con rellenos de frutos rojos, queso crema, café o incluso ingredientes salados como el jamón serrano.

Para los amantes que quieran probarlo en casa, la receta básica es sencilla: masa de harina, mantequilla y azúcar, horneada hasta dorar, rellena con dulce de leche y cubierto con chocolate. Si buscas un toque gourmet, añade un chorrito de licor de naranja o un poco de pimentón ahumado.

En la actualidad, los alfajores son protagonistas en festivales gastronómicos y en las mesas de Navidad, celebrando su historia y su capacidad de unir culturas a través del sabor.

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