Cuando llega el verano con sus olas de calor cada vez más intensas nos apetecen bebidas frías o muy frías. Cambiamos nuestros hábitos respecto a las estaciones anteriores. Dentro de las gamas de vinos, unos se beben más fríos que otros: espumosos, ciertos blancos, finos o manzanillas, rosados, tintos jóvenes que preferimos frente a los tintos con cuerpo que apetecen más en otoño e invierno.

No cambia la temperatura de consumo, sino que es nuestro cuerpo el que nos lo pide. La adición de hielo al vino blanco, rosado o tinto joven para que se mantenga frío rebajándose el alcohol no sé si es una moda o no. Si es moda pasajera con visos de mantenerse en el tiempo o una costumbre arraigada.

No es académico ni bien visto por la gente más experta en una regla no escrita, pero que parece de obligado cumplimiento.

¿Es aceptable o inaceptable? ¿Es un sacrilegio?

Desde luego no es una práctica para un winelover, en la terminología que expresa Santi Rivas, para el que es un auténtico crimen indigno de alguien que se considere un iniciado. Un vino al que se le añade agua no lo podría admitir de ninguna manera porque perdería todas las características propias.

Otra cosa son la sangría, el kalimotxo o el tinto de verano porque Rivas los considera refrescos sin pretensiones frente al vino, producto elaborado para tomar sin aditivos.

Si se desea utilizar hielo, hay que decir que no todos son iguales. Los normales de casa son los peores porque se derriten a una velocidad de vértigo manteniendo olores ajenos; los industriales de supermercado o gasolineras cumplen mejor aguantando más tiempo sin aguar la bebida y la Champions League de los hielos son los elaborados con agua osmotizada que enfrían sin necesidad de aguar ni cambiar el sabor ya sea del vino, ginebra o el licor elegido.

Las otras opciones que encontramos para enfriar los vinos son más satisfactorias para los apasionados: una cubitera con hielo, mucha agua y sal gorda si se quiere o incluso la nevera, donde se puede dejar hasta que adquiera la temperatura deseada.

Hace años los franceses del brandy, ante la crisis de ventas, articularon una osada campaña donde se mezclaba con naranjada, limonada, soda, refrescos de cola… Todo valía con tal de salvar el destilado.

Algunos aseveran que no hay razón de peso para devaluarlo si el vino es de gama baja, siempre que no se intente con los de alta categoría. No pasa nada o la conciencia se queda limpia si cuesta poco. Entonces la crítica no sería al acto en sí, sino que lo juzgamos según el precio. Curiosa reflexión.

La copa helada para las cervezas es otra moda bastante arraigada en España, desgraciadamente, que no cuenta con el mismo éxito en los países de nuestro entorno.

En la cornisa cantábrica hay quien pide un blanco con perla para referirse al deseo de añadir hielo. A veces, las bodegas se empeñan en hacer catas en parajes extraordinarios cuando no se dan las condiciones para mantener la temperatura de los vinos.

Sí hay vinos con los que se recomiendan los hielos

No confundir con los vinos de hielo míticos como el Eisswein alemán o el Icewine canadiense, nacidos de uvas congeladas y no de hielo añadido. Me refiero a aquellos en los que se recomienda beberlos con unos cubitos de hielo porque nacieron con esa idea, como el Möet Ice Imperial y el rosé, propuestos para unan temporada delimitada del año, cuando llegan los calores.

La histórica maison francesa lo vende como parte de la innovación que la caracteriza y de su ADN; dice que “encaja a la perfección con un estilo de vida más moderno siendo cualquier momento bueno para alzar las copas y brindar, y que cada día existen pequeños o grandes logros que merecen ser celebrados”.

Ice Impérial es el primer y el único champagne especialmente creado para disfrutarlo con hielo.

Fuente: www.7canibales.com

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